domingo, 12 de septiembre de 2010

Nuevo libro de Rosetta Forner¡¡¡

Desde el 9 de Septiembre, un nuevo libro de nuestra Hada Madrina: "Ponte las alas cuando la vida te dé calabazas". Lo acabo de terminar, y me ha parecido magnífico. Es difícil, pero Rosetta se supera en cada libro. Y es claro clarísimo.
Con el permiso de nuestra querida Hada, os pongo a continuación un extracto de un capítulo para que vayáis abriendo boca:

Calabaza nº 1:

Sin blanca y a dos velas

El mes de enero se caracteriza por el frío invernal, el resacón post vacacional y post empacho de turrón navideño, y, sobre todo, porque después del dispendio navideño en asuntos terrenales, prosaicos, “bebercios” y demás “comercios”, llega la cuesta de enero, que viene a ser algo así como haberte quedado sin blanca...

La calabaza de enero te hiela el alma, enfría el ánimo y congela la cartera.

Ojalá esta maldita calabaza sólo existiera en enero. Sin embargo, muchas veces florece durante todo el año, persiguiéndote en cada esquina de tu cuenta corriente y en cada coma de tu monedero.

Sin blanca es la pobreza material, el carecer de lo necesario a nivel monetario, material o bienes inmuebles. Es un no llegar a fin de mes, no tener ni para pipas, o no tener suficiente como para poder comprarte lo que se te antoje, residir en un barrio de postín, vestir zapatos de un tal Manolín o ropa chic con la que conquistar a sapos (si eres damisela de diadema floja) o a estas últimas si te crees o vas de sapete pijeril.

Pero no sólo de pobreza material se alimenta la calabaza de enero. Sin blanca también tiene que ver con la pobreza de ideas, de ilusiones, capacidades, recursos, cariño, dones, divertimento, risas... Y, a mi entender, esta es la peor forma de pobreza.

Olvídate del “tanto tienes, tanto vales”, y apúntate al “tanto soy, tanto más me aprecio”.

Sin blanca y a dos velas, nos recuerda la importancia de apreciar quiénes somos más allá del dinero, las posesiones materiales, las apariencias y el consumismo. La pobreza o escasez material no está directamente relacionada con la prosperidad. Se puede ser pobre y sin embargo próspero, porque esto último tiene que ver con la capacidad para disfrutar de la vida, apañárselas con poco y saber salir adelante en cualquier situación de la vida, sabiendo que la verdadera fortuna reside en nuestra alma. En ella existen tesoros que nada tienen que ver con el dinero o fortuna material. Soy consciente de que me cargo de un plumazo algunas ideas de la Nueva Era o de libros de autoayuda (para el autor, claro) que proclaman que si eres bueno, sabes fluir y demás mandangas, en ese caso el Universo te enviará... ¡muuuuuuucho dinero!

¡Pamplinas!

¡Mentiras redileras!

¡No te lo creas ni hartas de jumilla las neuronas!

La verdadera fortuna está más allá del dinero. Porque se puede tener mucho y, sin embargo, ser más pobre que las ratas en cuanto a amor, cariño, alegría, capacidad de disfrutar, risas, abrazos, besos y ojos para ver la luz del Universo... se refiere. Sinceramente, prefiero ser rica de fortuna espiritual que simplemente tener billetitos que pagan cosas. El dinero, al fin y al cabo, sólo paga cosas. Para todo lo demás, está el alma. Sí, ya sé... que en este mundo material el dinero es muy importante. Así nos lo han repetido hasta la saciedad, hasta llegarlo a grabar en nuestra psique como si hubiera nacido con nosotros.

El límite de prosperidad material lo pone uno mismo. Sí, en tus manos está decidir qué nivel, qué cantidad de billetitos es óptima a tu entender o te satisface, porque hay quien no sabe parar. Me refiero a que hay personas que cuanto más tienen, más quieren —lo cual no deja de ser lícito, dicho sea de paso—, y encima, a veces, ni se paran a disfrutar de un poco del dinero que tienen. Aprender a sentirse satisfecho, disfrutar de lo que se tiene, es clave. Asimismo, nunca hay que mirar al vecino y asumir que, como decía mi sabia abuela María Rosseta, “no todos podemos vivir en la calle Mayor” (la calle principal de los pueblos). Cuando uno se siente insatisfecho, con la autoestima hecha unos zorros, suele sentirse pobre, muy pobre, y además miserable, independientemente de la cantidad objetiva de dinero que tenga en el banco. Mientras que, si uno se siente feliz y contento con su vida, diez euros le parecerán una fortuna.

Vuelvo a parafrasear a mi abuela: “A veces es más rico uno con diez que otro con cincuenta”. La cantidad es muy subjetiva. Depende de factores invisibles, no cuantificables pero sí sensibles. Aprender a “tener bastante” es todo un ejercicio de madurez espiritual, puesto que sólo una persona madura, espiritualmente hablando, sabrá diferenciar entre la riqueza material y la prosperidad espiritual, apostando por esta última y no permitiendo que la consecución de dinero o fama material le impida disfrutar de su vida, amar, vivir o simplemente cumplir su misión humana.

No quiero ser la más rica del cementerio.

¿De qué sirve tener mucho dinero en el banco si nunca tenemos tiempo de disfrutarlo? ¿O tenemos miedo de ausentarnos de la consulta, del negocio o del puesto de trabajo por si al volver no nos espera nadie? De nada. No nos sirve de nada. Nos iremos de vacaciones sin desconectar del móvil o del ordenador. No le daremos descanso a nuestra agenda ni nos permitiremos decir “no” a proyectos, ofertas o trabajos que puede que no nos encajen, en el mejor de los casos, o atenten contra nuestra integridad en el peor de los mismos. La libertad para poder decidir si queremos o no aceptar un puesto de trabajo, una oferta, un contrato o un cliente, reside en el amor a uno mismo, no en la cantidad de dinero que tengamos en la cuenta corriente. Si las arcas emocionales y espirituales están llenas, no pasaremos hambre nunca más, ni nos sentiremos pobres, ni desgraciados, ni abandonados por la diosa Fortuna, ni a dos velas. Sin blanca pasará a ser “con dorado” o “con plateHado” (con “H” intercalada de hada). Disfrutar, amar el dinero que uno gasta en uno mismo para mimarse, obsequiarse, agasajarse materialmente en la vida humana, es un derecho que tenemos. Si estás pensando en la gente (o acaso en tu propio caso personal) que no tiene dinero, que no es rica según los cánones sociales del CdR, entonces permíteme que discrepe: si tienes cinco euros, tienes dinero.

¿Recuerdas aquel anuncio de los años setenta en que se decía “si tienes mil pesetas, tienes mil piruletas”? Yo me apunto a ello. Uno puede crear su mini festín con muy poco dinero y mucha imaginación, porque el ingrediente principal para darle alegría a esta fiesta no se compra en tienda ni almacén alguno: me refiero a la capacidad de disfrutar, a la alegría propia del alma. Yo nunca he sido rica de dinero, sigo sin serlo, según los cánones del CdR, y no me importa. No me interesa ganar dinero material si ello supone dejar de hacer lo que me pasa por la varita. ¡Ni hablar! Quien me ame, me tiene que amar por el alma que soy, no por mi cuenta corriente. En mi familia me enseñaron que “más vale persona que bienes”. Tampoco estoy interesada en enseñarle a la gente si tengo o no dinero y cuánto parezco tener.

¡Me la refanfinfla la opinión de los demás! Tengo derecho a tener o no tener, y eso es asunto mío. Como también lo es la responsabilidad de ser feliz, de disfrutar de esta vida humana.

¡Móntate una fiesta de celebración de prosperidad espiritual! Manda a la porra las consignas del CdR y decide qué cantidad de dinero es apropiada para ti. Por regla general, acumulamos cosas materiales que no usamos y, mucho menos, disfrutamos. Son las consecuencias del CdR consumista que nos empuja a poseer elementos materiales que nos crearán una falsa sensación de valía, importancia o dignidad. Como el dinero ni las posesiones materiales alimentan el alma, por más que tengamos jamás nos sentiremos satisfechos ni contentos. He ahí por qué el dinero no da la felicidad, ni ayuda a conseguirla si uno carece de lo verdaderamente esencial: el amor... por uno mismo y por los demás, por supuesto.

Amar es primordial. Sin amor, la vida se queda fría.

Si te amas, no te obligarás a aguantar a un jefe que te ningunea.

Si te amas, no te harás gastar por encima de tus posibilidades, creándote problemas innecesarios.

Repito: el límite de prosperidad material lo pone uno mismo.

Si te amas, te sentirás feliz y libre para vivir tu vida como te plazca o más le convenga a tu alma. Ten siempre presente que el tiempo en la Tierra pasa, no vuelve, no se puede ahorrar ni pedir prestado. Sin embargo, el dinero va y viene, se puede ganar, perder, pedir prestado, ahorrar, acumular... Ni todo el oro del mundo ha de ser más importante que tú, o más imprescindible que tu propia felicidad. Vuelvo a aceptarte que el dinero es necesario para pagar muchas cosas, así es; pero no es menos cierto que, una vez pagadas esas cosas cotidianas, hay quien se amarga la existencia porque el vecino (hermano, primo, jefa, vecina, etcétera...) tiene más de algo: un coche más grande o más nuevo, más y mejor cargo en el trabajo, oficio de más renombre, casa más grande o en barrio más aparente. Tener miedo a carecer de lo esencial hunde sus raíces en la tierra agostada sin amor ni compasión espiritual. La reconexión con el alma, la unidad con el espíritu, es primordial. No hay que compararse con nadie, ni envidiar la suerte monetaria de nadie. En su lugar, hay que disfrutar de las bondades que el Universo amoroso nos ofrece; de momento, el cielo nos envía un magnífico espectáculo cada anochecer, cada luna llena, cada amanecer... Y esa riqueza es del espíritu, no del bolsillo.

La riqueza espiritual es la única verdaderamente interesante y deseable. De momento, tener dinero para pagar facturas es necesario; pero más importante es tener dignidad, amor por nuestra propia alma y compasión. Podemos tener ingentes cantidades de dinero para pagar facturas y mucho más… ¿y qué? Podemos estar en cualquier lugar del mundo, ya sea en la montaña o en las playas más paradisíacas; pero el que disfrutemos del lugar y nos embebamos de su belleza no depende de si estamos en un hotel de cinco estrellas o en una tienda de campaña, no. El disfrutar es cosa del alma y, por suerte, es independiente del alojamiento. Por supuesto que un hotel de preciosas habitaciones podría contribuir... pero siempre y cuando estemos en buena compañía (personas que ama nuestra alma), y sepamos hacer de cualquier lugar un palacio de inolvidable fulgor. La belleza es una capacidad del alma, afortunadamente.

¿Se siente una damisela de diadema requetefloja más valiosa si posee, por ejemplo, un bolso cuyo fabricante ha decidido ‘valorarlo’ en, digamos, 8.000 euros (*)? ¿De verdad un caballerete o sea, un damiselo de oxidada armadura, se siente más importante si puede comprar dicho bolso a su churri? A quienes respondan afirmativamente, no me los imagino leyendo este libro, ¡no me lo puedo creer... que me lean y no renieguen de mí! No imagino a nadie del CdR hundiendo sus ojos en éstas páginas hadadas. Las damiselas de muy aflojada diadema (he conocido a unas cuantas), ligan su grado de importancia al precio del bolso que cuelga de su brazo, del must que tienen en su fondo de armario... Si les quitas sus posesiones materiales o la marca que les da valía a su ego, se sienten invaliosas: sin dinero, no sienten que su vida tenga sentido ni ellas creen ser tan interesantes. Más allá de sus posesiones materiales, no valen nada. Su interior está vacío, y su alma está encerrada en una mazmorra, le pese a quien le pese. Dicen que el dinero no cambia a la gente, simplemente saca a flote o pone de manifiesto quién uno es. Estoy absolutamente de acuerdo. Por eso hay quien por más dinero, triunfo o fama que tenga sigue siendo una persona sencilla, accesible, humana. Mientras que otros, con solo oler la fama, el poder o el dinero, se inflan y se suben al pedestal. Y, cuando el pedestal, o globo se desinfla, se pegan un buen coscorrón...

(*) Que conste que no tengo nada en contra de comprarse un bolso de 600, 6.000, 10.000 o los euros que sea. Lo que no me parece respetuoso para con uno mismo es creerse valioso o superior a otros por el ‘precio material de las cosas que se poseen’, que es muy diferente. Lo de los precios, sinceramente, creo que es otra de las triquiñuelas del CdR como sucedáneo de la verdadera autoestima: cuando ésta falla o falta, los redileros podrán sentir valiosos comprando y poseyendo ‘cosas’ que cuesten mucha pasta.

Imagina un mundo sin ‘precios’, donde solo comprásemos las cosas porque nos gustasen y no como ‘decorados’ o ‘disimuladores’ de ausentes dignidades... ¿Tendrías lo que tienes? ¿Comprarías las cosas que compras? ¿Irías de vacaciones donde sueles ir?

Otro ‘que conste’: a mi, me gustan las cosas bonitas, de calidad. Eso no significa que gaste mi dinero en cosas que los demás puedan ver, lo empleo en mi propio beneficio. A mí, me encanta disfrutar, no alardear. Cada uno hace con su tiempo, su dinero, su vida, lo que le da la real gana. Y, yo procuro hacer lo que me pasa por la varita.

Otro ‘que conste’: no tengo nada en contra de la gente que tiene dinero, ni de la que no lo tiene. Lo que no me gusta son esas personas que se creen superiores a otros por tener (o creer) tener más dinero, o por el barrio donde tienen la casa, o el coche que conducen... “Dinero, sí. Superioridad o inferioridad, no.”

• PONTE LAS ALAS:

Apúntate a la riqueza espiritual: haz crecer tus activos financiero-espirituales, y disfruta de la vida. No te amargues la existencia a cuenta de la cantidad de dinero que tienes porque te gustaría poseer más. No antepongas la consecución de dinero a tu integridad, felicidad, dignidad o alma. El dinero no da la felicidad; a veces, incluso trae infortunio. Por supuesto, no te estoy diciendo que tengas que ser pobre de dinero, ni mucho menos. El dinero, en sí mismo, no es ni bueno ni malo; la clave es la relación que decidimos tener con él, y el cómo nos hacemos sentir a propósito de su ausencia o presencia. Nadie vale más que nadie por más dinero que tenga. Al fin y al cabo, cuando morimos, cuando nos despojamos de nuestro cuerpo físico, todo lo material se queda aquí, nada pasa al otro lado, nada excepto el amor que llevamos en nuestras alforjas y la memoria de la dicha humana que atesoró nuestra alma.

¡Créate tu propio universo de la fortuna!

Independientemente de la cantidad de dinero que tengas, siéntete genial e invierte en ser feliz y disfrutar de tu vida: tu alma te lo agradecerá. Si aprendes a disfrutar y haces de tu vida una aventura hadada, te sentirás persona afortunHada, rica... al margen de la cantidad de dinero que poseas.

Repite conmigo: “Soy rica (o rico), bien por mí”.

¡Ponte las alas, y que te la refanfinfle la cartera de los demás!

Ah, lo olvidaba: ponte en la cartera un billete o varios. Llévalos siempre ahí, imagina cómo se multiplican y cómo tu fortuna personal crece y crece. Nunca, nunca jamás vuelvas a decir que “no tienes dinero”, a no ser que hayas perdido esos billetes. Lo rico que seas tiene un mucho de “sentimiento”, además de una literalidad: nunca gastes más de lo que ganes y, a ser posible, aparta un diez por ciento (el diezmo). Asimismo, puede que quieras apartar cinco sobres (o más, como desees):

1- Para gastos del mes

2- Para las vacaciones del verano

3- Para imprevistos

4- Ahorros

5- Para caprichos

Recuerda la siguiente máxima: nunca gastes más de lo que tengas; así nunca te faltará el dinero, e incluso llegará un día en que te sobrará. Asimismo, recuerda que es muy importante la emoción con la que se envuelve un regalo, tanto o más que el gasto en sí. Me explico, puedes gastarte cinco o diez euros en una botella de vino (o en una piruleta) y sentirte persona millonaria. Obviamente, estás en tu derecho a gastarte el dinero que te de la gana. Pero permíteme que te cuente mi punto de vista, y mi praxis. Tengo claro que mi abuela solía decir que ‘bueno y barato estaban reñidos desde hacía tiempo”. Por un lado, asumo que las cosas buenas tienen un precio. Por otro, no es menos cierto que (provengo del mundo publicitario), los precios tienen su ‘aquel’ (las marcas incluyen en el PVP la publicidad, el pedigrí de la marca, etc etc etc). Ergo, se puede ofrecer con el mismo cariño y alegría un ramo de flores silvestres o un pastel cocinado por una misma con mucho amor, o un ramo comprado en la mejor floristería de la ciudad o un anillo de zafiros. Por consiguiente, la valía de un regalo no reside tanto el dinero que gastado en su compra si no en la intención que lo envuelve. Dado que todo es relativo, por ejemplo, cinco o diez euros pueden ser una fortuna para una persona pobre, mientras que para una millonaria, seis mil euros puede que sean calderilla. Por eso, independientemente del dinero pagado por un regalo, lo importante es si va o no envuelto en cariño, amistad, generosidad... Hay personas que compran y regalan cosas caras para ‘quedar bien’, ‘comprar favores’, ‘sentirse importantes o superiores al resto’. Hay gente incapaz de dar amor, y solo da ‘dinero’. En cambio otras personas comparten lo que tienen, sea esto poco o mucho, y lo hacen con amor genuino y generosidad. Lo que importa es la intención del corazón, no la del bolsillo.

Tú escoges sentirte millonario o mendigo. Yo escojo millonaria. Para algo tenía que servir la imaginación, ¿no? Por cierto, haz una lista con todas las cosas que puedes tener sin pagar un solo euro por ellas. Verás la cantidad de cosas que son gratis en la vida. ¿Sabes cuál es la mejor de todas, una que no se puede pagar con dinero ni jamás se podrá? El amor. El amor es el aliento del Universo. Y sin amor, la vida se queda fría (La reina de las hadas).

¡Soy rica, bien por mí!

Creo que para muestra, un botón. Yo ya estoy disfrutando del libro... ¡Bien por mi!

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